Esa emoción llamada tristeza.

El lunes de la semana pasada fue «el día más triste del año». El Blue Monday es un concepto que surge en el año 2005 para designar, generalmente, al tercer lunes de enero, considerado el día más triste del año. Este carácter se le asigna a partir de un estudio del profesor Cliff Arnall de la Universidad de Cardiff (Reino Unido), que aplica una fórmula con diferentes variables para llegar a esta conclusión. Este estudio fue financiado por la empresa de viajes Sky Travel y utilizado como campaña para promover sus actividades.

Por supuesto que este proceso de investigación carece de toda validez científica, pero el término Blue Monday se ha popularizado, siendo utilizado de forma asidua en múltiples campañas publicitarias y eventos realizados en esta fecha.

Vivimos en una sociedad dónde la tristeza es relegada al ostracismo considerada una emoción desagradable con un cariz excepcionalmente negativo y muy impopular. Estamos sumidos en la cultura del bienestar y la felicidad impuesta; en la necesidad de la búsqueda de un hedonismo inmediato, que considera negativas todas las emociones provocadas por situaciones que no lleven a esa sensación de placer. Existe una presión social por ser felices que lo único que consigue es que estemos más insatisfechos y seamos más infelices.

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Esta búsqueda de la felicidad absoluta resulta un negocio muy rentable. Mercantilizada por la publicidad, las empresas la utilizan para vender sus productos, bajo una promesa de sonrisas eternas, bienestar y alegría constante. La tristeza no vende. A todo esto tenemos que sumar el nacimiento y proliferación de las redes sociales, que han trasladado el concepto de felicidad del ámbito privado al público. Antes no sabíamos lo felices que eran todos los que nos rodeaban en su esfera privada, excepto por inferencias que realizábamos; ahora basta echar un vistazo al Facebook y el Instagram de cualquiera, para poder ver cientos de fotos (generalmente muy retocadas) dejando a la vista unas maravillosas y perfectas vidas (de mentira), que nos llevan a odiosas comparaciones cargadas de frustración.

«Las emociones existen para ayudarnos a sobrevivir», Charles Darwin.

La tristeza se encuentra dentro de las emociones caracterizadas como negativas, que constituyen la primera línea de defensa afectiva contra las amenazas externas. Como todas las emociones tiene una misión adaptativa muy importante, pero los estudios que se han dedicado a su análisis se han centrado más en su faceta más desadaptada y negativa, como la depresión o el duelo patológico, que en su faceta de afecto favorecedor de la adaptación al medio.

Esta emoción se caracteriza por un sentimiento de decaimiento en el estado de ánimo de la persona que viene acompañado de una disminución importante en su actividad cognitiva y conductual. La experiencia subjetiva de una persona triste se encuentra entre la congoja leve y la pena intensa. Pero a pesar de esta descripción con un cariz tan pesimista, la tristeza no es siempre algo negativo; sino todo lo contrario.

                    ¿Qué desencadena la tristeza?

Por lo general, la emoción de la tristeza se presenta ante situaciones que suponen la pérdida de una meta valiosa o la aparición de una situación aversiva que provoca algún daño o prejuicio. Curiosamente estas coyunturas podrían desencadenar también una respuesta de ira, que se caracteriza por ser un condicionante de las sensaciones de decepción y desagrado que provocan estas situaciones. ¿Y qué es lo que hace que se desencadene una u otra emoción en el individuo? Pues la actitud de la persona ante la pérdida de la meta o la situación aversiva. Si la respuesta del sujeto ante estos sucesos es pasiva, de convencimiento de la no existencia de nada que le dé la posibilidad de restablecer la meta o de neutralizar el estado desagradable, la emoción dominante será la tristeza. Esta empuja al abandono de la meta o su sustitución por otra nueva. Aquí debemos matizar que muchas veces la tristeza es una emoción «de segundas»; lo habitual al perder una meta es que se desencadene primero una emoción de ira, miedo o ansiedad que lleve a la acción para restablecerla. En caso de que los intentos sean en vano, es cuando el individuo se frustra y se rinde, llega al convencimiento de la nula viabilidad de cualquier medida de afrontamiento y deja que sea la tristeza la que domine la situación en un segundo estadio.

La tristeza presenta unas ventajas evolutivas

El proceso emocional de la tristeza tiene un papel muy importante en la dinámica psicológica de la persona, a pesar de su mala fama. El sentimiento de tristeza ralentiza el nivel funcional del individuo, afectando a sus procesos cognitivos y a su conducta motora, provocando un ahorro de energía en el sujeto. A la vez que disminuye la actividad, disminuye también la atención prestada al mundo externo, de forma que el individuo puede focalizar su atención en el mundo interno. Poner el centro en los procesos internos favorece el análisis y la reflexión, muy importantes tras la pérdida de una meta, un fracaso o una situación aversiva que afecta negativamente a la persona. Al mismo tiempo, la reducción en el procesamiento de estímulos externos protege al individuo de los estímulos desagradables y negativos que pudieran acrecentar la emoción. Esto se traduce también en una restauración de la energía tras épocas de mucho desgaste tanto a nivel cognitivo como a nivel físico.

Otra de las ventajas que provoca la tristeza es el apoyo social, reforzando los vínculos del grupo que se presta a ayudar y apoyar a la persona triste. Esta emoción despierta la cercanía y la atención de los demás, y procura ayuda y cobijo emocional a la persona que la experimenta. Se crea una «ilusión» de empatía, (conviene recordar este concepto a través de un artículo que publicamos recientemente), donde el entorno de la persona apenada toma conciencia de su estado emocional y se coloca en su lugar, lo que lleva a las personas de su alrededor a intentar ayudarle para que la situación se revierta. El malestar de la persona triste se traduce en un malestar propio, y esto provoca la necesidad de subsanar el problema en el entorno. Esto permite ver la situación desde una perspectiva diferente, desde la que se pueden aportar soluciones más creativas y dar apoyo y comprensión, suavizando de este modo el estado en el que se encuentra el individuo.

Como dato curioso comentaremos el hecho de que la tristeza es la emoción que mejor predispone a las grandes reflexiones, y es muy probable que haya tenido un papel muy importante en la historia del pensamiento y de las ideas.

    ¿Recibimos una educación emocional adecuada en cuanto a tristeza?

Desde que somos pequeños nos invalidan esta emoción, de modo que nos incapacitan para afrontarla en la vida adulta. Cuando un niño se pone triste por un enfado con un amigo, algo que no le sale bien o el no poder conseguir algo que quiere, se le dicen frases como «tranquilo, no es para tanto» o «no te pongas así, ya se te pasará», en lugar de explicarle de dónde le viene esa emoción o por qué la está experimentando. No se le da una educación emocional adecuada ni unas herramientas para saber afrontarla y normalizarla. Esto da lugar a adultos incapaces de enfrentarse a sus emociones, que se sienten frustrados ante las situaciones que les provocan tristeza sin saber manejarlas, y que pueden caer fácilmente en la patologización de la misma.

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Los sentimientos de tristeza resultan incómodos en los demás, de forma que cuando alguien está triste haremos lo posible para que esa situación se revierta y dejar de sentir nosotros mismos la agonía de la tristeza ajena. Vivimos en una sociedad en la que la cultura del bienestar nos impide estar tristes y que alguien a nuestro alrededor lo esté. Parece que es más importante poner una máscara a la tristeza propia y ajena, que aprender a interiorizarla, comprenderla e, incluso, saber disfrutarla. Va siendo hora de que reivindiquemos nuestro derecho a la tristeza y a los beneficios que experimentarla, en una medida justa, nos trae.

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El peso de los genes

Este es quizás uno de los temas más interesantes y discutidos que existen en las ciencias de la conducta. ¿Cuántas veces hemos oído eso de «el criminal nace o se hace»? ¿Cuántas veces hemos escuchado que alguna persona ha nacido con un talento natural? ¿Entonces estamos predestinados por nuestros genes, por nuestra composición biológica?

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¿Cómo nos afecta esto en nuestra vida diaria?

¿En la comprensión de los demás?

En nuestro paso por el mundo…

Nos interesa ver, analizar, como nos vemos afectados por nuestra herencia en nuestra vida diaria; qué somos y qué podemos cambiar. Para poder afrontar esto hay que tener en cuenta un par de aspectos primero.

 

Selección Natural

Nos remitimos a la selección natural, a la teoría de la evolución de Darwin. ¿Por qué? Porque entendemos la conducta como algo conformado de nuestro organismo, algo que forma parte de nosotros como puede ser la longitud de nuestros brazos o el color de nuestros ojos. Según la selección natural, en una especie se desarrolla la máxima variabilidad posible, luego los individuos que mejor se adaptan al entorno son aquellos que más tiempo sobreviven y/o más se reproducen: los que perpetúan sus genes.

¿Por qué apareció la jirafa?

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La jirafa es un excelente ejemplo del enfoque, comunmente erróneo, que se le da a la selección natural. Muchas personas creen que la jirafa empezó a extender el tamaño de su cuello para poder llegar al alimento que se encontraba en lo alto de los árboles. Esto es falso, es una visión lamarckista de la evolución, donde los organismos se desarrollan dependiendo del ambiente. En lugar de eso, los organismos nacen con una amplia variabilidad. En el caso de la jirafa lo que sucede es que algunos miembros de una especie nacieron con el rasgo característico: altura, cuello largo… y esto les permitió llegar a la comida de su hábitat con más facilidad, lo que hizo que corrieran menos riesgos para alimentarse (menos caza por parte de los depredadores) y debido a la extensión de su esperanza de vida, mayor reproducción.

Por lo tanto: primero es la mutación y después la adaptación, no viceversa.

 

Entonces…

¿Los genes definen nuestra conducta a lo largo de nuestra vida?

Es evidente que todos nacemos con ciertos rasgos de nuestros padres, abuelos, tíos… es lógico pensar que si tenemos aspectos físicos de ellos también poseemos aspectos conductuales. Esto nos llevaría a una posición innatista de la conducta, por lo que la educación y el ambiente desaparecerían de la ecuación. Y todos sabemos que no es así.

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Una curiosidad es que el ser humano, debido a su postura erguida, tiene en las hembras de la especie un condicionante para el parto: la limitada anchura de las caderas. Este es uno de los principales motivos por los que cuando nacemos no estamos formados del todo. Al parecer nos falta “un año de horno”. Esto provoca que, especialmente en el cerebro haya una gran plasticidad y adaptación al entorno, ya que al no estar formado se va “construyendo” dependiendo de los estímulos del ambiente (climatología, familia, relaciones sociales fuera del núcleo duro…). Evidentemente, la formación del cerebro no es un tema que finalice en el primer año de vida, sin embargo sí que se considera esta primera fase como un período sensible que, en menor medida, acaba extendiéndose hasta, aproximadamente, los 18 años.

Es por ello que somos enormemente maleables; incluso para el conductismo el ser humano era una tabla en blanco a la que, mediante condicionamiento, podían convertir en cualquier cosa que se quisiera. Este sería el otro extremo.

 

¿En qué punto nos encontramos?

Hay que tener en cuenta que nos encontramos en un punto intermedio entre la educación o la construcción de nuestra conducta a raíz del ambiente y la predisposición de nuestros genes. Y remarco esta palabra, predisposición, porque esto es lo que hacen nuestros genes: nos predisponen hacia un tipo u otro de conducta pero nunca definen qué vamos a ser. Solo facilitan que escojamos un camino u otro.

Es por tanto que aquellos portentos que podemos encontrar en diferentes áreas se componen de una predisposición biológica y de un ambiente que ha favorecido el crecimiento en dicha área.

 

Conclusión

Dicho esto deberíamos haber empezado a llegar a una conclusión sobre nosotros mismos, sobre lo “únicos” que somos, sobre las dotes que tenemos, sobre la “responsabilidad” de nuestros actos y cómo podemos cambiar o moldear nuestra conducta. La posición social de resignación al “soy así”, o dicha persona es “asá”, no hace más que menospreciar el punto que más peso parece tener en nuestra conducta, el ambiente, que es el que finalmente determina la persona en que nos convertimos. Hay que pensar que incluso en enfermedades tan influenciadas por la biología como la esquizofrenia, se considera que existe, aproximadamente, un 50% hereditario, y el resto lo componen los detonantes ambientales (estrés, depresores…).

¿Es el hijo de un maltratador un heredero de la conducta de su progenitor?

Este caso nos llama siempre la atención ¿Por qué una persona maltratada de niño tiene más probabilidades que otro (no maltratado) de convertirse en maltratador?

¿Son los genes? Los estudios y las teorías parecen decir que no es así, que no es un tema “principalmente” genético sino más bien educacional. Durante el período sensible, los primeros años de nuestra vida, aprendemos a gestionar esas emociones que surgen de nosotros a raíz de cómo lo hacen nuestros progenitores que, a fin de cuentas, son nuestro ejemplo a seguir: ellos han crecido y sobrevivido lo suficiente como para reproducirse, y esa es nuestra meta. Es por tanto que si a un niño cuando llora se le grita o le pega para que se calle, aprende que esas emociones, el llanto, la ira o la tristeza, deben gestionarse con una represión. En un principio aprenderá a reprimirse a sí mismo, pero posteriormente lo extrapolará a otros, reprimiendo las emociones en otros. Incluso la forma en la que una madre acude a atender a su neonato cuando este llora por la noche a las 4 a.m., a darle el pecho, a atender sus peticiones, condiciona como dicho infante gestionará esas emociones en el futuro. No es un aprendizaje que se haga con palabras, es un aprendizaje implícito, que es la única herramienta que tiene el infante en sus primeros compases en este mundo.

Deberíamos también considerar otra evidencia: ¿eso que creemos es realmente una idea propia? ¿Hemos hecho “nuestras” las ideas de otros sin planteárnoslas? Siguiendo la estela de otros artículos como el anterior sobre el egocentrismo y la empatía, parece que el paso para salir de nuestro cascaron es evitar esta defensa del ego y ser consciente de que muchas ideas han venido impuestas, o las hemos copiado sin habernos planteado realmente un trasfondo objetivo. Muchas ideas no son más que creencias que confundimos con hechos y sobre las que carecemos de evidencias, de las que no queremos liberarnos por miedo a perder nuestra seguridad personal o nuestra sensación de control sobre el mundo que nos rodea.

 

Monismo, dualismo y determinismo.

¿Qué somos?

Voy a empezar con una pregunta tan compleja y a la vez tan simple como la que encabeza este texto, a fin de cuentas ¿quién puede responderla con total seguridad?, pero a la vez ¿quién no cree conocerse a sí mismo?

Figura Anís del Mono en Badalona

Monismo,  dualismo… y  determinismo…

Hay muchas formas de enfocar y abordar el conocimiento. El ser humano se ha debatido entre dos posturas cuando ha tratado conceptos filosóficos, psicológicos o sociales de esta índole: el monismo y el dualismo. “El primero” no es más que considerar al hombre como un ente único formado de materia en todos los sentidos, y el segundo considera que tenemos una parte física, materia, y una parte espiritual o mental independiente. Durante mucho tiempo la clara vencedora entre estas dos posturas fue la dualista; gran mérito de esto lo tienen las doctrinas religiosas que, gracias a la fe, eran capaces de dar respuestas a esas preguntas o temores que se escapaban de la experiencia personal en la que se basaba la comprensión humana.

Este conflicto afecta especialmente cuando hablamos del ser humano (aunque no únicamente, que se lo digan a Copérnico…), Campos como la física o la automoción no se ven tan limitados por este tipo de conceptos al no poner claramente en entredicho al propio ser humano como ente, si nos movemos a las ciencias de la conducta la cosa cambia y se ven enormemente condicionadas por estos vestigios metafísicos.

En esta dualidad, quizás, el caso más “sonado” fue el de Charles Darwin que puso contra las cuerdas al feudo religioso con su teoría de la evolución. Sobre este caso solo hace falta ver cómo, actualmente, y a pesar de los siglos transcurridos, los creacionistas siguen revolviéndose en su contra con uñas y dientes, pero esto es demasiado extenso y merece la atención de un artículo completo.

Retomando al motivo principal del artículo, y en pro de finalizar con esta introducción, resumiremos cual es el panorama actual frente a la pregunta con la que abríamos el apartado: en el lado dualista, donde, principalmente, ubicaríamos tanto las religiones como las terapias alternativas, que consideran al ser humano como un ente orgánico que a su vez contiene, o posee, un aspecto energético o espiritual inmortal y/o independiente. En el lado monista podemos encontrar la medicina (mal llamada) convencional, y más específicamente sobre la conducta “situaríamos a” la psicología, la psiquiatría o la sociología.

¿Somos animales? ¿Energía? ¿Somos seres espirituales que se reencarnan? ¿Somos hijos de dios creados a su imagen y semejanza?

Como comentábamos antes, Darwin marcó un antes y un después. Hasta el momento las ideas Cartesianas eran las más acercadas a una similitud física entre “animales” y “humanos”, siempre estando condicionadas por la influencia religiosa de la época.

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En este punto Descartes (no olvidemos que era filósofo, no científico) expuso unas ideas mecanicistas (automáticas) para los seres inferiores (animales), de las cuales, algunas, se reproducían también en los humanos; pero estos, además, poseían otras características superiores y “voluntarias” provenientes de su alma inmortal.

Darwin, utilizando la ciencia, tiró (a pesar de muchos) estas ideas por tierra hablando del parentesco que el hombre tenía con el resto de seres vivos. arbol filogenetico

Llegados a este punto, y aceptando la teoría Darwiniana, la ciencia no dejó de encontrarse con escollos para responder a conceptos tradicionalmente metafísicos o espirituales, no tanto en su demostración empírica, como en la gran barrera social y cultural creadas gracias a los dogmas de las diferentes religiones.

Paradójicamente, hoy en día, nos encontramos en un punto similar.

No tenemos alma. El cerebro es todo lo que somos

Esta afirmación tan radical se sustenta por varios puntos y es la que tiene más fuerza entre la comunidad científica, especialmente, entre aquellos que estudian la conducta humana. ¿Podemos demostrar que el alma reside en el cerebro? Primero deberíamos definir qué es el alma para el hombre y a raíz de ahí buscar una relación objetiva con la conducta y la materia orgánica.

¿Qué propiedades asociamos al alma?

–          ¿La consciencia?

Para demostrar que nuestra consciencia puede ser condicionada por nuestra percepción y que no pertenece al alma ni es independiente, existen varios experimentos. Uno muy interesante, es el de la mano de goma: en este experimento se niega al sujeto la visión de uno de sus brazos y en su lugar se coloca una mano de goma. Evidentemente, el sujeto sabe que no es suya, y es sobre la que el experimentador actúa. El resultado es curioso: los sujetos apartan la mano oculta (la suya) cuando el experimentador se dispone a golpear la de goma (falsa) con un martillo. Incluso siendo consciente de que esa mano no es suya, ha reaccionado evitando el golpe.

La consciencia es, por tanto, algo dependiente del organismo y se demuestra, además, que existen sesgos mentales enfocados a la preservación del mismo por encima de la consciencia. Hay muchos más experimentos de este tipo sobre los que ya iremos hablando.

–          ¿Son las emociones una característica esencial del alma?

Esta es una pregunta, o planteamiento, bastante habitual. Algunas personas creen que tenemos una parte de la mente que nos pertenece mientras que hay otra que no (de la que suelen hablar en tercera persona). Por tanto hay un aspecto mental de nuestro cerebro y otro que nos define como personas: gustos, emociones… que serían los valores asociadas al alma, espíritu o  nuestra identidad como seres únicos. En pocas palabras, está la razón, mental, y la emoción que se supedita a “algo superior”, alejado de la materia de la mente/ razón/ cognición o el organismo en sí mismo. Por tanto, si el alma es la responsable de estos “procesos emocionales” que nacen, como se dice popularmente, del corazón, modificar la mente (sistema nervioso) no tendría que afectar a dichas emociones.

Para contestar esto nos remitiremos a uno de los casos más interesantes y estudiados que existen en la literatura, se trata de la lesión sufrida por Phineas Gage.

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Phineas era un operario que tuvo la mala suerte de que una barra de hierro atravesara su cerebro. Dicha barra entró por la mejilla y salió por la parte superior de su cráneo. “Milagrosamente” sobrevivió, sus capacidades cognitivas, o intelecto, parecían no haberse alterado, pero desde aquel momento su carácter cambió radicalmente: donde antes era afable y tranquilo ahora se había convertido en alguien caprichoso e irascible, se había vuelto impaciente y sufría cambios de humor bruscos. En palabras populares, intelectualmente parecía el mismo pero a la vez “era otra persona”. ¿Es entonces que esta persona perdió “su alma” cuando la barra se llevó con ella parte de la corteza prefrontal?

–          ¿Es el amor, el odio o el “instinto” parte de nuestra alma?

El Amor es una emoción pero ¿cómo elegimos a quién odiamos y a quién amamos? ¿Es algo espiritual y fuera del aspecto mental o de nuestras capacidades cognitivas? ¿Existe algún tipo de “destino” o almas gemelas? Hay que tener en cuenta algo muy curioso: el amor, a nivel químico, es lo más similar a una droga (nos extenderemos más en otro artículo), como particularidad, entre otras cosas, anula mediante neurotransmisores la zona del encéfalo encargada de emitir juicios cuando pensamos  (o actuamos) con nuestro amado/a.

cute-love-quotesEsta función parece absurda e incluso negativa; Muestra de ello es la cantidad de desengaños y separaciones que hay pasados los años, pero si seguimos las ideas Darwinianas debemos pensar que si está ahí, es porque otorga alguna ventaja frente a la selección natural. Y así es: la anulación de la capacidad de juicio permite que no veamos los defectos en la persona amada, lo cual favorece que nos emparejemos y reproduzcamos. Es un sistema diseñado para poder perpetuar nuestros genes de manera más eficiente, al ser menos críticos con el/la pretendiente, en su ausencia podríamos acabar sin pareja, ya fuese por uno u otro, y sin cumplir nuestra función principal en la vida como organismos vivos: reproducirnos. Un dato curioso es que el “enamoramiento” tiene una duración máxima de, aproximadamente, cuatro años, tras lo cual se debe de haber desarrollado otro tipo de relación o esos defectos que el enamoramiento ocultó emergen con tremenda fuerza y nos provoca un gran desencanto que puede llevar a la ruptura de la relación.

–          ¿Y qué hay de la intuición? ¿Cuándo sabemos algo pero no somos conscientes de cómo ni porqué lo sabemos?

El cerebro es un órgano increíblemente flexible, es quizás su principal característica. Una cosa curiosa es que es capaz de “aprender” y modificar a raíz de diferentes hechos nuestra conducta. Hay que saber por tanto que aprende de “diferentes formas” dependiendo de la información que se le facilita. Por simplificar: tendríamos dos “capas”, la “implícita” y la “explicita”. La implícita es aquello que sabemos, pero que no somos conscientes de que lo sabemos, o no podemos explicarlo, la explícita es aquello que podemos exteriorizar.

¿Cómo explica esto la “intuición”?

cartasSi en un experimento realizamos un juego de cartas con un gran número de repeticiones donde el sujeto debe acertar una de las cartas en concreto, tarde o temprano empezará a “sentir” donde se esconde la carta objetivo. Puede que lo “intuya”, que no sepa por qué, pero lo sabe. Si seguimos realizando el experimento se acabará dando cuenta de dónde viene ese conocimiento. Lo que antes era intuición, o conocimiento implícito, se ha convertido en explícito: puede que el experimentador siempre haga el mismo juego de manos, que la carta esté más desgastada, que tenga una sutil marca, etc… Por tanto dicha intuición no es un  “sexto sentido”, si no, que sería una forma de aprendizaje más de nuestro cerebro.

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Frente a estos y otros datos es bastante “fácil” afirmar que somos materia y que nuestra conducta formada por procesos cognitivos, emociones, respuestas al entorno etc… no viene dada por ningún tipo de energía ni espíritu alejado de los órganos que nos conforman; concretamente del encéfalo.

Entonces ¿Resulta que las terapias alternativas, incluido la acupuntura son una estafa? ¿No sirven para nada?

Esta pregunta es un arma de doble filo: ¿un mes de vacaciones en el Tíbet o en la playa es algo inocuo para nuestro organismo? ¿Es algo totalmente mental que no afecta a nuestra biología o resto del organismo?

Esto es claramente falso, pero hay que matizar. Como dijimos al inicio, bajo una concepción monista, nos encontramos que los cambios sobre el organismo afectan a la conducta y que la conducta afecta a dicho organismo, por tanto, ¿es inocuo un mes de vacaciones? Falso ¿Puede ser algo beneficioso para el organismo? Mucho. ¿Puede sanar enfermedades que no puede la medicina? No.

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Es importante tener en cuenta un dato importantísimo: hoy en día se considera que prácticamente todas las enfermedades tienen un componente orgánico y otro psicológico, el peso que cada componente tiene en las patologías varía de unas a otras (este tema es extenso y requiere de un artículo al completo) pero para que nos hagamos una idea pondremos el ejemplo del estrés. Actualmente todos sufrimos estrés, en más o menos medida. Hay dos tipos de estrés, el crónico y el agudo. Mientras que el agudo solo se dispara en ciertas ocasiones, el crónico persiste de manera constante en el organismo. Es este segundo tipo de estrés el que más hay que tener en cuenta en lo que a patologías se refiere. El estrés es una situación de alerta que dispara, entre otras sustancias, cortisol desde la glándula suprarrenal. Estos corticoides tienen varias propiedades, una muy curiosa es que su efecto continuado puede llegar a provocar una modificación del ADN contenido en las células, lo que viene siendo una mutación, un tumor, en pocas palabras. Si este tumor no es controlado por el sistema inmunológico puede acabar convirtiéndose en Cáncer; evidentemente, no todo el estrés lleva a este punto, pero el aumento de mutaciones en las células conlleva un aumento de probabilidades de la creación de un tumor no reconocido como hostil para las defensas del cuerpo con el problema que, lamentablemente, todos conocemos.

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Mi objetivo es acercar la psicología a sucesos mundanos a los que, por lo general, no encontramos respuesta o no nos hemos llegado a plantear. He creído necesario, o correcto, mostrar cuales son las bases de esta perspectiva, un punto de vista monista y determinista que pueda ser contrastado con hechos y no sujeto a una creencia puramente subjetiva.