El cerebro humano es una “máquina” increíble capaz de maravillas muy alejadas todavía de nuestra propia comprensión.
Hemos construido mecanismos y sistemas capaces de modificar nuestro entorno, hemos transformado el planeta en el que vivimos, dominado las inclemencias del clima o a los depredadores e, incluso, viajado al espacio.
Pero… ¿Todo eso que hemos construido o desarrollado nos ha hecho crecer de “puertas hacia dentro”?
Seguimos siendo organismos biológicos con mínimas modificaciones genéticas desde hace milenios, conservamos conductas basadas en la supervivencia de nuestros ancestros e incluso las compartimos con otros animales. ¿Debemos, por tanto, pensar que hemos alcanzado la cúspide de nuestra evolución? ¿Sigue siendo beneficiosa la variabilidad genética? ¿Las mutaciones? Hay que tener en cuenta que son estas mutaciones las que nos permiten ver en diferentes colores o caminar erguidos, pero también son una enorme causa de mortandad cuando se convierten en un tumor.
Quizás por esto es el momento de empezar a mirar con más interés hacia dentro para entender qué somos y hasta dónde podemos llegar; es el momento de asumir el animal que somos. En este artículo en concreto quiero asentar una base sobre la que más adelante me extenderé, y para entender nuestras limitaciones es vital entender la relación entre consciencia y percepción.
Especialización y Compensación
Nuestro cerebro tiene dos características contrapuestas y maravillosas. En primer lugar su capacidad de especialización y en segundo su compensación, muy relacionada con su extraordinaria plasticidad.
Cuando hablo de especialización me refiero a reproducir conductas como el lenguaje. La capacidad de producción y entendimiento del lenguaje que poseemos es inigualable, no solo por otros organismos, si no por ninguna máquina actual. A nivel neural nos encontramos una alta especialización del lenguaje, por lo general lateralizada en el hemisferio izquierdo de las personas y si este es dañado afecta severamente a estas capacidades que no se pueden recuperar.
En lo referente a la compensación nos encontramos con la capacidad del cerebro para modificar su forma y funcionamiento para poder seguir actuando al mismo nivel a pesar del deterioro. Como ejemplo quiero nombrar el “priming”. El priming es un tipo de memoria que funciona de forma inconsciente y que, básicamente, consiste en que estímulos presentados de forma muy breve son mas accesibles posteriormente. Con el envejecimiento llega la pérdida de capacidades cognitivas; sorprendentemente, los resultados de los experimentos indican que no hay una diferencia sustancial entre varias edades en lo que a la ejecución de las pruebas se refiere. Sin embargo, si se observa el encéfalo con técnicas de neuroimagen, la actividad neural en sujetos jóvenes es inferior y lateralizada (solo trabaja uno de los dos hemisferios) mientras que la actividad en los sujetos de edad más avanzada es superior y en los dos hemisferios. Lo que sucede aquí es que la ejecución a nivel conductual permanece igual, pero el cerebro, debido a la pérdida de capacidades, se ha adaptado y ha empezado a utilizar otras áreas que antes no formaban parte de esos procesos para poder seguir rindiendo al mismo nivel. Dicho de forma más coloquial: nuestro cerebro se transforma a sí mismo para poder mantener un rendimiento concreto.
¿A dónde nos lleva todo esto?
Resulta que nuestro cerebro no es capaz de procesar todos los estímulos sensoriales que le llegan. No entraré en mucho detalle, pero hay que tener en cuenta que hasta nuestro cerebro llega todo un mundo de luz, sonido, química (olfato/gusto)… si quisiéramos analizar todos estos estímulos, toda esta información, nos veríamos desbordados dadas nuestras capacidades cognitivas. Para que eso no suceda el cerebro utiliza diferentes estrategias: por una parte, la atención, centrándose en aquello que es importante (que se considera importante), y por otro lado, a nivel cognitivo utiliza “atajos”, lo que conocemos en psicología como “sesgos”, que podemos también entenderlos como errores necesarios.
¿Esto qué quiere decir?
¿Qué tiene que ver con la realidad que vivimos y nuestra forma de concebir el mundo?
El resultado es que no vemos el mundo “tal y como es”, si no tal y como nosotros creemos que es. Vemos aquello que es importante, que creemos primordial, y es donde centramos nuestra atención. Es por eso que existe una enorme diversidad de opiniones, porque nosotros no nos hemos centrado en lo mismo que otra persona. ¿Y de dónde nacen esas prioridades? Como comentábamos en otro artículo, una parte importante de nuestras creencias vienen heredadas o impuestas de nuestros familiares, por nuestra educación, de forma que, inconscientemente, nos focalizamos en ratificar esa información previa.
¿A que me refiero con absoluta (ir)realidad?
Paradójicamente aunque tenemos estos fallos, creemos que las conclusiones que obtenemos se deben únicamente a la información que conscientemente podemos mencionar, sin darnos cuenta que dichas conclusiones se basan en creencias no cuestionadas o datos proporcionados de forma inconsciente por nuestro cerebro a raíz de experiencias previas. ¿Pero por qué pasa esto? ¿Es esto útil? Sí, esto es útil porque consigue que haya una continuidad en una discusión (inter o intrapersonal) y nos da una gran seguridad en nuestras afirmaciones, a pesar de que si indagamos acabaríamos llegando a un punto en el que nos toparíamos con un “no sé” por respuesta.
Para entender esto podemos emplear un ejemplo:
Pedro (alias consciencia) está interesado en saber cuántos paquetes de galletas compró su madre, pero como Pedro no coincide con su madre en casa le pide a Juan (alias parte inconsciente), que sí coincide con ella, que le diga cuantas veces ha ido su madre al supermercado a por galletas.
Juan le dice a Pedro que su madre esta semana fue tres veces a por galletas. Pedro sabe que cada vez que su madre va al super compra un paquete de galletas. Como Pedro no tiene tiempo (o ganas) de ir a la despensa a comprobar los paquetes de galletas que hay, concluye que su madre ha comprado tres paquetes de galletas. Por lo que Pedro llega a la “correcta” conclusión de que su madre compró un paquete al día, durante tres días.
Estamos de acuerdo, ¿no?
Pero… ¿Qué pasaría si la madre de Pedro hubiese ido un día al supermercado y Juan no la hubiera visto?
¿Qué pasaría si la madre de Pedro hubiera comprado 2 paquetes en lugar de uno?
¿Qué pasaría si en vez de galletas hubiera comprado cereales?
La conclusión de Pedro (alias, la parte consciente de cualquiera de nosotros) es correcta. El problema es que ha llegado a ella con una información que puede no serlo. Y esto es precisamente los que nos pasa. Nuestro cerebro/nosotros muchas veces cometemos errores, o nos vemos convencidos de ciertas ideas que para otros no son ciertas o que más tarde se nos muestran como erróneas, incluso tras haberlas defendido a capa y espada (llegándonos a enfadar en ocasiones con otras personas) y estar totalmente convencidos de que esa es “la realidad”. La auténtica y absoluta realidad.