España es el país con menor tasa de psicólogos por habitante de Europa, lo que da pie a la aparición de multitud de terapias alternativas que pretenden cubrir el vacío que deja la ciencia.
La labor del psicólogo es, probablemente, la más ninguneada e infravalorada dentro del campo de las ciencias de la salud, lo que da pie a que el intrusismo en este campo sea algo cotidiano y muy abundante, a la par que preocupante.
En España contamos con 4 veces menos psicólogos por cada 1.000 habitantes que en el resto de Europa: 4,3 psicólogos por cada 100.000 habitantes. El año 2016/ 2017 las plazas PIR (Psicólogo Interno Residente) que se ofertaron en la convocatoria fueron 128 a nivel nacional, una plaza menos que el año anterior. Estas ridículas cifras para cubrir una necesidad tan básica como es la garantía de la salud mental de la población, provocan que en la seguridad social los pacientes se encuentren con listas de espera de hasta más de 8 meses, y que el tiempo entre una consulta y la siguiente pueda ser de hasta 2 y 3 meses. Estas esperas tan prolongadas llevan a una cronificación de los trastornos en vez de a su curación, y a un abuso de la farmacología para paliar el malestar y los síńtomas de dichos trastornos. A esto hay que añadir el hecho de que la población española está cada vez más envejecida y el ritmo de vida actual hace que las personas mayores se encuentren cada vez más solas y desatendidas, y por ello se cuenta con más probabilidades de desarrollar trastornos mentales, lo que hace que cubrir las necesidades de salud mental se convierta en una tarea imprescindible y cada vez más necesaria.
Ante esta perspectiva no es de extrañar que muchos pacientes, desesperados y cansados, se lancen a los brazos de terapias alternativas que prometen cumplir con creces las expectativas que desde la seguridad social les niegan.
El intrusismo en el campo de la Psicología ha crecido a niveles alarmantes en los últimos años. La oferta de terapias alternativas sin ninguna garantía disfrazadas de métodos científicos se ha multiplicado, con el peligro que ello conlleva. Este tipo de pseudociencias que, muchas, añaden el prefijo “psico” a sus denominaciones para aumentar su credibilidad, son arriesgadas y ofrecen milagros y certezas a los pacientes desinformados y con necesidad de creer, con total impunidad. Así nos encontramos con multitud de terapeutas ofertando psicoterapias transpersonales, terapias basadas en energías, coaching, terapias oníricas, psicoterapias corporales, medición bioenergética… sin ningún fundamento científico, impartidas por “profesionales” sin ninguna formación psicológica más allá de cursos no oficiales especializados en estas nuevas disciplinas. Es curioso el hecho de que cuanta menos base científica tienen este tipo de terapias más soluciones y remedios indefectibles prometen y garantizan.
El tema del intrusismo en la Psicología daría para una serie interesante de artículos, pero aquí no vamos a extendernos mucho más. Podríamos analizar el hecho de por qué la Psicología es la disciplina que, posiblemente, más padece el intrusismo. No podemos imaginarnos a nadie acudiendo a un “pseudoarquitecto” para que le diseñe su casa, o a un “pseudoingeniero”, un “pseudoabogado” o un “pseudogestor”… ¿y por qué sí a un “pseudopsicólogo”? La respuesta es sencilla y compleja a la vez. El hecho de las deficiencias en cuanto a salud mental en la sanidad pública es uno de los motivos que hace que las personas quieran buscar alternativas, pero no el único, ni quizá el principal. La Psicología es una ciencia todavía muy nueva y rodeada de muchos estigmas y prejuicios. Aún a día de hoy, en pleno siglo XXI, hay gente que siente vergüenza de confesar que acude a un psicólogo, e incluso todavía podemos escuchar frases como “yo es que no creo en la Psicología”. ¿Entonces no crees en la ciencia? ¿Qué diferencia la Psicología con la Medicina, la Biología, la Física…? El campo de estudio, nada más.
También tenemos que incluir en este pequeño análisis, el potencial mediático que están teniendo estas alternativas. Actualmente nos encontramos con “pseudopsicólogos” en muchos programas de máxima audiencia, que crean una imagen errónea en la mente de la población. Muchas personas pasan más del 25% de su tiempo cada día delante del televisor, y es con él dónde se forman su visión, sesgada, del mundo que les rodea. Esto lo extrapolaremos a internet y las redes sociales, dónde las promesas de soluciones milagrosas campan a sus anchas, sin ningún control y al alcance de todos, propiciando que los impostores se aprovechen de una necesidad real, y de una sociedad que cada vez arrastra más problemas y encuentra menos soluciones.
Hace un tiempo hablé con un compañero filósofo que al saber de mis estudios en psicología me comentó que basó su tesis «contra», precisamente, esta ciencia…
…Sorprendido le pregunté «¿por qué?»
Su respuesta me resultó interesante por un lado, pero incomprensible por otro: el aspecto negativo que encontré es que su tesis tenía una perspectiva muy sesgada; iba enfocada en contra de la psicología del psicoanálisis de Freud, la cual no abarca ni de lejos toda la ciencia, si no una corriente concreta que además se encuentra muy alejada de las ideas actuales. En contrapartida me resultó atrayente su argumento: según él la psicología trata de «igualar mentes, y no se pueden igualar las mentes».
Os voy a proponer un ejercicio. Cuando mantengáis una conversación, no importa sobre qué, no importa con quién, prestad atención a un curioso suceso: un interlocutor explica una experiencia/ idea/ reflexión, el otro, en lugar de profundizar en dicha idea, lo que hace es explicar su propia experiencia/ idea/ reflexión. Es cierto que esto no sucede el 100% de las veces, pero si empezáis a prestar atención os daréis cuenta como, vosotros mismos de forma inconsciente, lo hacéis en una gran cantidad de ocasiones.
¿Qué tiene que ver esto con la empatía?
La empatía no consiste en que nosotros tratemos de colocarnos en la situación que la persona nos relata, ni a raíz de nuestras experiencias anteriores, ni de nuestras emociones, para saber qué sentiríamos en ese punto; consiste en ser capaces de evocar cómo esa otra persona se sintió en dicha situación.
Es por esto que muchas personas autoproclamadas empáticas, en realidad carecen de dicha empatía, ya que todo lo llevan a su terreno, bajo su experiencia, como si su forma de sentir o pensar fuera única o universal. Igualan la mente del otro a la suya, pero no la suya a la del otro.
¿Somos entonces egoístas e interesados?
No hay que confundir el término egoísta con el de egocéntrico, igual que no hay que confundir la conducta de ayuda con la conducta altruista.
Una persona egocéntrica puede ser alguien que ayude a los demás y que parezca hacerlo sin recibir nada a cambio, pero si profundizamos nos daremos cuenta que la conducta de ayuda no es desinteresada. Sí lo es la altruista que es propiciada por la empatía.
Como inciso quiero aclarar que no todo es blanco o negro, una carencia absoluta de empatía es considerada patológica y todos tenemos unas neuronas llamadas especulares, encargadas de reproducir esas emociones y conductas que observamos en nosotros mismos; es decir, una persona puede sentir empatía en ocasiones, y actuar de forma egocéntrica en otras. El matiz importante es qué peso tiene cada una de estas motivaciones en la conducta.
¿Por qué se desarrolla la conducta de ayuda?
Hay diferentes variables sobre la conducta de ayuda, pero sobre lo que nos ocupa, una de las que más peso parece tener es el «malestar interno» que sentimos al ver a un semejante en una situación precaria. Dicho malestar se genera a raíz de imaginarse a uno mismo en esa situación. Esto puede generar una emoción de tristeza, angustia, culpa o similar, que tratamos de aplacar a través de la conducta de ayuda. En resumen, parece que ayudamos a otros, para ayudarnos a nosotros mismos.
Para entender este concepto un poco mejor, hablaremos de forma superficial de cómo Freud pensaba que se desarrollaba la base de la conducta. Todos hemos oído hablar de la «obsesión» que tenía el Sr. Sigmund en lo que al sexo respecta, concepto que suele malinterpretarse: es cierto que Freud pensaba que la base de la conducta era el impulso sexual, pero no el acto sexual en sí, y esta diferenciación es importante.
El ser humano tiene 4 motivaciones primarias básicas: comer, beber, dormir y el sexo. Curiosamente de estas necesidades la única que puede permanecer insatisfecha sin que el organismo perezca es el «sexo». Dicha insatisfacción interna (Freud las llamaba «pulsiones») provoca que el organismo intente requilibirarse, eliminar el malestar generado, para ello, y como no puede obtener la satisfacción sexual que requiere, se mueve en otras direcciones, como puede ser el arte, la religión…
En la conducta de ayuda sucede algo similar, tenemos un sentimiento desagradable al observar el sufrimiento ajeno, así que para eliminar dicho sufrimiento (y en respuesta, el nuestro) ayudamos al sujeto a salir de dicha situación.
Es por esto que alguién egocéntrico podría comprender a los demás y ayudarlos, pero siempre a raíz de su forma de entender el mundo, de ver y sentir las cosas, buscando siempre aplacar ese malestar interno para reequilibrarse a sí mismo.
Y con esto llegamos a la pregunta con la que inicié el artículo:
«¿Se pueden igualar mentes?»
¿Sentimos todos lo mismo? ¿Tenemos la misma perspectiva de las cosas? Creo que es bastante obvio que no. Nuestras mentes se «parecen», tienen una «misma» base biológica, filogenia y, en muchos aspectos, ontogenia; nacemos con los mismos impulsos, motivaciones o emociones, pero nuestro desarrollo y crecimiento está repleto de diferencias individuales, diferentes detonantes o estresores a raíz de diferentes problemas o ventajas sociales. Sí, tenemos una misma base pues somos de la misma especie, pero cada humano está lleno de matices que lo convierten en único. Es por ello que el concebir nuestras ideas/ creencias como algo global o guiarnos ciegamente por nuestras emociones, nos llevará a una visión egocéntrica de la vida, colocándonos un muro que impedirá que lleguemos realmente a entender a otras personas (o seres vivos en general). Esto nos incapacitará para poder ver el mundo desde unos ojos que no sean los nuestros; incluso llegará a hacernos pensar, con pleno convencimiento y a pesar de lo dicho, que somos personas altamente empáticas, tolerantes y comprensivas.
Voy a empezar con una pregunta tan compleja y a la vez tan simple como la que encabeza este texto, a fin de cuentas ¿quién puede responderla con total seguridad?, pero a la vez ¿quién no cree conocerse a sí mismo?
Monismo, dualismo… y determinismo…
Hay muchas formas de enfocar y abordar el conocimiento. El ser humano se ha debatido entre dos posturas cuando ha tratado conceptos filosóficos, psicológicos o sociales de esta índole: el monismo y el dualismo. “El primero” no es más que considerar al hombre como un ente único formado de materia en todos los sentidos, y el segundo considera que tenemos una parte física, materia, y una parte espiritual o mental independiente. Durante mucho tiempo la clara vencedora entre estas dos posturas fue la dualista; gran mérito de esto lo tienen las doctrinas religiosas que, gracias a la fe, eran capaces de dar respuestas a esas preguntas o temores que se escapaban de la experiencia personal en la que se basaba la comprensión humana.
Este conflicto afecta especialmente cuando hablamos del ser humano (aunque no únicamente, que se lo digan a Copérnico…), Campos como la física o la automoción no se ven tan limitados por este tipo de conceptos al no poner claramente en entredicho al propio ser humano como ente, si nos movemos a las ciencias de la conducta la cosa cambia y se ven enormemente condicionadas por estos vestigios metafísicos.
En esta dualidad, quizás, el caso más “sonado” fue el de Charles Darwin que puso contra las cuerdas al feudo religioso con su teoría de la evolución. Sobre este caso solo hace falta ver cómo, actualmente, y a pesar de los siglos transcurridos, los creacionistas siguen revolviéndose en su contra con uñas y dientes, pero esto es demasiado extenso y merece la atención de un artículo completo.
Retomando al motivo principal del artículo, y en pro de finalizar con esta introducción, resumiremos cual es el panorama actual frente a la pregunta con la que abríamos el apartado: en el lado dualista, donde, principalmente, ubicaríamos tanto las religiones como las terapias alternativas, que consideran al ser humano como un ente orgánico que a su vez contiene, o posee, un aspecto energético o espiritual inmortal y/o independiente. En el lado monista podemos encontrar la medicina (mal llamada) convencional, y más específicamente sobre la conducta “situaríamos a” la psicología, la psiquiatría o la sociología.
¿Somos animales? ¿Energía? ¿Somos seres espirituales que se reencarnan? ¿Somos hijos de dios creados a su imagen y semejanza?
Como comentábamos antes, Darwin marcó un antes y un después. Hasta el momento las ideas Cartesianas eran las más acercadas a una similitud física entre “animales” y “humanos”, siempre estando condicionadas por la influencia religiosa de la época.
En este punto Descartes (no olvidemos que era filósofo, no científico) expuso unas ideas mecanicistas (automáticas) para los seres inferiores (animales), de las cuales, algunas, se reproducían también en los humanos; pero estos, además, poseían otras características superiores y “voluntarias” provenientes de su alma inmortal.
Darwin, utilizando la ciencia, tiró (a pesar de muchos) estas ideas por tierra hablando del parentesco que el hombre tenía con el resto de seres vivos.
Llegados a este punto, y aceptando la teoría Darwiniana, la ciencia no dejó de encontrarse con escollos para responder a conceptos tradicionalmente metafísicos o espirituales, no tanto en su demostración empírica, como en la gran barrera social y cultural creadas gracias a los dogmas de las diferentes religiones.
Paradójicamente, hoy en día, nos encontramos en un punto similar.
No tenemos alma. El cerebro es todo lo que somos
Esta afirmación tan radical se sustenta por varios puntos y es la que tiene más fuerza entre la comunidad científica, especialmente, entre aquellos que estudian la conducta humana. ¿Podemos demostrar que el alma reside en el cerebro? Primero deberíamos definir qué es el alma para el hombre y a raíz de ahí buscar una relación objetiva con la conducta y la materia orgánica.
¿Qué propiedades asociamos al alma?
– ¿La consciencia?
Para demostrar que nuestra consciencia puede ser condicionada por nuestra percepción y que no pertenece al alma ni es independiente, existen varios experimentos. Uno muy interesante, es el de la mano de goma: en este experimento se niega al sujeto la visión de uno de sus brazos y en su lugar se coloca una mano de goma. Evidentemente, el sujeto sabe que no es suya, y es sobre la que el experimentador actúa. El resultado es curioso: los sujetos apartan la mano oculta (la suya) cuando el experimentador se dispone a golpear la de goma (falsa) con un martillo. Incluso siendo consciente de que esa mano no es suya, ha reaccionado evitando el golpe.
La consciencia es, por tanto, algo dependiente del organismo y se demuestra, además, que existen sesgos mentales enfocados a la preservación del mismo por encima de la consciencia. Hay muchos más experimentos de este tipo sobre los que ya iremos hablando.
– ¿Son las emociones una característica esencial del alma?
Esta es una pregunta, o planteamiento, bastante habitual. Algunas personas creen que tenemos una parte de la mente que nos pertenece mientras que hay otra que no (de la que suelen hablar en tercera persona). Por tanto hay un aspecto mental de nuestro cerebro y otro que nos define como personas: gustos, emociones… que serían los valores asociadas al alma, espíritu o nuestra identidad como seres únicos. En pocas palabras, está la razón, mental, y la emoción que se supedita a “algo superior”, alejado de la materia de la mente/ razón/ cognición o el organismo en sí mismo. Por tanto, si el alma es la responsable de estos “procesos emocionales” que nacen, como se dice popularmente, del corazón, modificar la mente (sistema nervioso) no tendría que afectar a dichas emociones.
Para contestar esto nos remitiremos a uno de los casos más interesantes y estudiados que existen en la literatura, se trata de la lesión sufrida por Phineas Gage.
Phineas era un operario que tuvo la mala suerte de que una barra de hierro atravesara su cerebro. Dicha barra entró por la mejilla y salió por la parte superior de su cráneo. “Milagrosamente” sobrevivió, sus capacidades cognitivas, o intelecto, parecían no haberse alterado, pero desde aquel momento su carácter cambió radicalmente: donde antes era afable y tranquilo ahora se había convertido en alguien caprichoso e irascible, se había vuelto impaciente y sufría cambios de humor bruscos. En palabras populares, intelectualmente parecía el mismo pero a la vez “era otra persona”. ¿Es entonces que esta persona perdió “su alma” cuando la barra se llevó con ella parte de la corteza prefrontal?
– ¿Es el amor, el odio o el “instinto” parte de nuestra alma?
El Amor es una emoción pero ¿cómo elegimos a quién odiamos y a quién amamos? ¿Es algo espiritual y fuera del aspecto mental o de nuestras capacidades cognitivas? ¿Existe algún tipo de “destino” o almas gemelas? Hay que tener en cuenta algo muy curioso: el amor, a nivel químico, es lo más similar a una droga (nos extenderemos más en otro artículo), como particularidad, entre otras cosas, anula mediante neurotransmisores la zona del encéfalo encargada de emitir juicios cuando pensamos (o actuamos) con nuestro amado/a.
Esta función parece absurda e incluso negativa; Muestra de ello es la cantidad de desengaños y separaciones que hay pasados los años, pero si seguimos las ideas Darwinianas debemos pensar que si está ahí, es porque otorga alguna ventaja frente a la selección natural. Y así es: la anulación de la capacidad de juicio permite que no veamos los defectos en la persona amada, lo cual favorece que nos emparejemos y reproduzcamos. Es un sistema diseñado para poder perpetuar nuestros genes de manera más eficiente, al ser menos críticos con el/la pretendiente, en su ausencia podríamos acabar sin pareja, ya fuese por uno u otro, y sin cumplir nuestra función principal en la vida como organismos vivos: reproducirnos. Un dato curioso es que el “enamoramiento” tiene una duración máxima de, aproximadamente, cuatro años, tras lo cual se debe de haber desarrollado otro tipo de relación o esos defectos que el enamoramiento ocultó emergen con tremenda fuerza y nos provoca un gran desencanto que puede llevar a la ruptura de la relación.
– ¿Y qué hay de la intuición? ¿Cuándo sabemos algo pero no somos conscientes de cómo ni porqué lo sabemos?
El cerebro es un órgano increíblemente flexible, es quizás su principal característica. Una cosa curiosa es que es capaz de “aprender” y modificar a raíz de diferentes hechos nuestra conducta. Hay que saber por tanto que aprende de “diferentes formas” dependiendo de la información que se le facilita. Por simplificar: tendríamos dos “capas”, la “implícita” y la “explicita”. La implícita es aquello que sabemos, pero que no somos conscientes de que lo sabemos, o no podemos explicarlo, la explícita es aquello que podemos exteriorizar.
¿Cómo explica esto la “intuición”?
Si en un experimento realizamos un juego de cartas con un gran número de repeticiones donde el sujeto debe acertar una de las cartas en concreto, tarde o temprano empezará a “sentir” donde se esconde la carta objetivo. Puede que lo “intuya”, que no sepa por qué, pero lo sabe. Si seguimos realizando el experimento se acabará dando cuenta de dónde viene ese conocimiento. Lo que antes era intuición, o conocimiento implícito, se ha convertido en explícito: puede que el experimentador siempre haga el mismo juego de manos, que la carta esté más desgastada, que tenga una sutil marca, etc… Por tanto dicha intuición no es un “sexto sentido”, si no, que sería una forma de aprendizaje más de nuestro cerebro.
Frente a estos y otros datos es bastante “fácil” afirmar que somos materia y que nuestra conducta formada por procesos cognitivos, emociones, respuestas al entorno etc… no viene dada por ningún tipo de energía ni espíritu alejado de los órganos que nos conforman; concretamente del encéfalo.
Entonces ¿Resulta que las terapias alternativas, incluido la acupuntura son una estafa? ¿No sirven para nada?
Esta pregunta es un arma de doble filo: ¿un mes de vacaciones en el Tíbet o en la playa es algo inocuo para nuestro organismo? ¿Es algo totalmente mental que no afecta a nuestra biología o resto del organismo?
Esto es claramente falso, pero hay que matizar. Como dijimos al inicio, bajo una concepción monista, nos encontramos que los cambios sobre el organismo afectan a la conducta y que la conducta afecta a dicho organismo, por tanto, ¿es inocuo un mes de vacaciones? Falso ¿Puede ser algo beneficioso para el organismo? Mucho. ¿Puede sanar enfermedades que no puede la medicina? No.
Es importante tener en cuenta un dato importantísimo: hoy en día se considera que prácticamente todas las enfermedades tienen un componente orgánico y otro psicológico, el peso que cada componente tiene en las patologías varía de unas a otras (este tema es extenso y requiere de un artículo al completo) pero para que nos hagamos una idea pondremos el ejemplo del estrés. Actualmente todos sufrimos estrés, en más o menos medida. Hay dos tipos de estrés, el crónico y el agudo. Mientras que el agudo solo se dispara en ciertas ocasiones, el crónico persiste de manera constante en el organismo. Es este segundo tipo de estrés el que más hay que tener en cuenta en lo que a patologías se refiere. El estrés es una situación de alerta que dispara, entre otras sustancias, cortisol desde la glándula suprarrenal. Estos corticoides tienen varias propiedades, una muy curiosa es que su efecto continuado puede llegar a provocar una modificación del ADN contenido en las células, lo que viene siendo una mutación, un tumor, en pocas palabras. Si este tumor no es controlado por el sistema inmunológico puede acabar convirtiéndose en Cáncer; evidentemente, no todo el estrés lleva a este punto, pero el aumento de mutaciones en las células conlleva un aumento de probabilidades de la creación de un tumor no reconocido como hostil para las defensas del cuerpo con el problema que, lamentablemente, todos conocemos.
Mi objetivo es acercar la psicología a sucesos mundanos a los que, por lo general, no encontramos respuesta o no nos hemos llegado a plantear. He creído necesario, o correcto, mostrar cuales son las bases de esta perspectiva, un punto de vista monista y determinista que pueda ser contrastado con hechos y no sujeto a una creencia puramente subjetiva.